A CUESTAS CON LOS NERVIOS DE MI AMIGA EN LA MALETA (II Parte y última )

Me siento en la butaca descalzadora que tengo junto al armario vestidor. Observo la escena y contemplo el caos de mi habitación tras la búsqueda de los billetes. Por unos instantes me dan ganas de echarme a llorar. Cojo el teléfono para llamar a mi madre ilusionándome en que quizás ella sepa dónde pude guardar los billetes. Las hijas es lo que solemos hacer, ponemos pies en polvorosa en cuanto creemos que mamá nos trata como a quinceañeras si sus preguntas de rutina se convierten en interrogatorio, pero a las que acudimos como tabla salvadora cuando nos invade la desesperación del naufragio.
No consigo marcar, según cojo el móvil aparece la cara sonriente de Marta y empieza a sonar «I´ll be there for you» de The Rembrandts. Hace tiempo que puse éste sonido identificativo en sus llamadas. Tan solo ella y mi madre tienen canciones que las caracteriza cuando me llaman, a los demás, les he dejado el sonido que venía como tono de llamada.
—¡No te lo vas a creer lo que ha ocurrido! —Oigo su voz excitadísima— ¡Es horrible! ¡Es horrible! —No para de repetir. Jadea y escucho su respiración entrecortada entre quejidos.
—Tranquilízate, a ver Marta, respira hondo y cuéntame qué ha pasado.
—No me lo puedo creer —hace una pausa y prosigue—. ¡No puedo ir al Caribe! —Gimotea— Mejor dicho, ¡ninguna de las dos podemos ir al Caribe!
Creo recordar que era yo quien había guardado los billetes, con lo cual, no creo que Marta gimotee porque les haya extraviado, aunque pensándolo bien, yo aún no los he encontrado y ella no lo sabe, así que no creo que sea ese el motivo de su desazón. Por otro lado, pienso que haya habido un huracán pero no es época ni tampoco he escuchado nada que se le parezca. Oigo gimotear a Marta ya de un modo insistente y decido salir de dudas preguntándoselo.
—¿Que ha ocurrido? ¿Ha pasado algo grave?
—¿Grave? —Vuelve a gimotear— ¿Te parece poco grave no poder hacer el viaje del sueño de mi vida?
—¡Marta, si no me dices qué ha ocurrido no lo voy a adivinar! —le suelto de forma tajante. No me importan ya sus gimoteos, lo único que quiero es que me lo explique ya.
—¡Hay huelga de controladores aéreos! —Apenas la he entendido la última palabra pero me la he imaginado, pues al final de la frase, Marta ha arrancado en un sonoro y estruendoso llanto.
—Está bien, Marta. Son imprevistos contra los que no podemos hacer nada. ¿Sabes por cuánto tiempo? ¿Te han dicho algo?
—¡Nooo... ha sido la tele... es indefinida...! —Ha hecho una pausa en cada una de esas pequeñas frases para llorar de forma descontrolada. Su manera de llorar siempre se ha caracterizado por ser bastante llamativa y escandalosa.
—Tranquilízate —le digo a la vez que separo el móvil del oído porque si no voy a acabar sorda—. Voy a llamar a la agencia de viajes a ver qué me dicen.
Tras colgarle, busco el número de la agencia en la lista de contactos, siempre he sido previsora y pensado que vale más «un por si acaso que mil penseques», aunque en el caso de los billetes no me esté funcionando. Mientras escucho el tono de llamada, pienso que sería mejor empezar a deshacer la maleta y recogerlo todo.
—¿Sí? —Escucho al otro lado de la línea. Me identifico y tras darle los datos que me pide, me confirma lo que Marta ya me ha dicho—. Podéis aplazarlo. —Me aconseja, así como concretar otras fechas ya que al lugar dónde íbamos no había problemas con las reservas, pero que de todos modos me tendrá informada. Eso sí, basándose en su experiencia me comenta que me arme de paciencia pues en estos casos hay que echarle de 8 a 10 días. ¡Dios mío!, es lo que pienso. Para entonces son las fiestas en el pueblo de mi madre y recuerdo que le prometí que éste año acudiría sin falta. Le doy las gracias y le cuelgo.
Decido deshacer la maleta ya de forma definitiva, lo de colgar la ropa y colocarla en los cajones pienso dejarlo para otro momento, prepararme un café con hielo y tomármelo tranquilamente en la balconada. Después, llamaré a Marta, necesito que se desahogue con el llanto y pensar cómo le cuento todo. La ropa me da igual el colocarla, es una manera de creerme que estaba haciendo una limpieza de armario, pero la maleta, decido guardarla sin demora en el trastero y así, al no verla, no me recuerda el fiasco del viaje. Tras sacar toda la ropa, vuelvo a cerrar las cremalleras y la levanto con el fin de llevármela. Me quedo atónita al ver los billetes que aparecen debajo. En ese momento lo recuerdo, fue lo primero que cogí y coloqué la maleta encima precisamente por eso, era una forma segura de que entre tanto coger y dejar, no acabasen por cualquier sitio.
Siento un alivio muy grande, lástima que «I´ll be there for you» vuelva a sonar de nuevo. Tendré que despedirme del café con hielo.



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